Vargas Llosa centra parte de su temática en lo absurdo del prejuicio, ¡qué gran acierto!.
¿Cómo podemos odiar algo antes de saber apenas sobre ese algo?, ¿cómo podemos esgrimir el argumento del prejuicio?, ¿cómo no nos damos cuenta de lo bajo que caemos?. El prejuicio es el disparo a nuestro propio pie, es la condena inútil, de hecho, si concedemos un rato a nuestra memoria y nos dedicamos a repasar amistades o personas cercanas, y las atribuimos diferentes características, ¿no estaríamos ya renegando del prejuicio?, pues más de un prejuicio tacharía de desechable o manchada a más de una persona cercana.
Los prejuicios son herencia de nuestras personalidades, nuestras historias y nuestro rencor, los prejuicios son idiosincracia de la que nos podemos despojar, cuando estamos libres de prejuicios que nos envilecen, damos un paso importante no hacia la perfección, sino hacia el reconocimiento de nuestra lógica imperfección, pues el prejuicio hace que otra persona sea considerada inferior, y que uno se sienta ridículamente superior. Por favor, despójesen de los prejuicios.
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