miércoles, 13 de julio de 2011

Tengo una mala noticia

Batas blancas, bolígrafos de plástico, pijamas verdes, comida envasada, colchón y sábanas olor a desinfectante, miradas de compasión, lágrimas escondidas, conversaciones banales, pastillas, cables… Todo aquello maltrataba su vida, su joven vida, que apenas había empezado a brotar cual linda y genuina flor muestra orgullosa sus frágiles pétalos, una vida que se torció con la funesta frase, “Tengo una mala noticia”, a partir de ahí su cuerpo empezó a debilitarse, la gente que lo veía le lanzaba una mirada de confusión y tristeza, gente de la que no se acordaba acudió a verla, echó en falta otros que no volvió a ver, mientras, su vida se convirtió en un tonel vacío rodando en una cuesta abajo inacabable, aún no entendía por qué el destino lo había señalado, por qué estaba su vida abocada al sufrimiento, el dolor y la muerte temprana. Nadie se lo había confirmado, no hacía falta, el tratamiento no funcionaba, y la brisa mortífera se estaba llevando cada uno de los pétalos de su flor de la vida, su cuerpo, raquítico, se hundía cada vez más sobre el frío colchón, su vista se perdía cada vez más hacia la blanca pared, su mente se marchaba frecuentemente de aquella odiosa habitación, se perdía en momentos anteriores, su primer beso, su mejor amigo, su primera novia, los incesantes ladridos de su perra, las heroicas comidas en casa de su abuela, su primera copa, su primer cigarro, su moto, los libros, los castigos de sus padres, sus padres, derrotados, aún podía escuchar los silenciosos llantos de su madre los primeros días, el obstinado silencio de su padre, se negaban a la posibilidad de que el viento se llevara a su amado hijo, por el que habían luchado años y años, al que habían amado, por el que lucharon hasta ahora, sabía que habían desistido, probablemente el médico les dio ya su pésame por adelantado, lo tenía asumido, había disfrutado, ahora respiraba por última vez, pero no había miedo, sino resignación y tranquilidad, Dios no le había permitido tener una vida, de modo que se entregaría ahora a él, el sacerdote le había dicho que lo quería en el cielo, a su derecha, viendo a sus seres más querido desde arriba, él le creía, prefería hacerlo, no soportaba otra visión, su torturada alma no soportaba más castigo, más sufrimiento, más dolor.
Pasaban inquietas y lentas las horas, y con éstas, los más allegados, ya lo sabían, su cuerpo le había dicho basta, su corazón ya había dejado de latir, desde hacía semanas, sólo cabía pesar, su mente se había resignado finalmente, era hora de abrazar la muerte, recibirla como una amiga, las horas tornaron en minutos, los minutos en segundos, y sus ojos se cerraban lentamente mientras su alma quedaba dormida en el sueño eterno.

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