Desganado lanzó la margarita al agua del canal, sus ojos
enrojecidos seguían el curso de la corriente que se llevaba esa margarita, que
tanta pena cargaba a sus espaldas. No podía ser… Dijo que no… Su cuerpo decaía,
su alma se desvanecía, su corazón perdía el poco fuego que quedaba, la sangre
no fluía, las lágrimas enturbiaban su mente.
No lo entendía, hizo todo lo posible, amó más que ningún
otro, sólo tuvo miedo, puro pánico, siempre se hizo la misma pregunta, ¿y si
decía que no?, hasta al final que llegó. Él no podía comprender…
Su cabeza estaba cerca de estallar, su orgullo quedaba
terriblemente derruido, nada tenía ahora sentido, ni esa margarita que se
hundía lentamente por el agua, tuvo ella más suerte que él, tuvo su vida más
sentido, no tuvo ella al menos lágrimas que arrojar, ojos que cerrar
lastimosamente.
Andando hacia su casa se dio cuenta, nadie se fijaba en él,
era una simple hormiguita ignorable, nada pasaría si desapareciera. Aquel
pensamiento le torturaba, necesitaba estar al lado de ella, soñaba con chocar
con sus labios, con abrazarla, con rodear su cintura, con poseerla, con hacerla
sonreír, cuando hacía ella eso gozaba él del más maravilloso momento de su
vida, jamás tuvo tanto sentido, era ella su droga, incluso sus versos…
Tras 5 minutos andando se topó con un poema inscrito en una
fachada de una casa, lo leyó con atención, su alma se hundió…
Mi droga, mi
necesidad, mi recuerdo,
alteza, mi aliento,
mis sueños,
poderosa fluye mi
sangre en tu presencia,
poderosa torna mi
alma, forma cobra su esencia,
tú eres su figura, sus
líneas, su belleza,
tu rostro me muestra
una certeza,
querer rodearte con
mis brazos y poseerte,
es amor, es orgásmico,
es quererte.
Decidió copiarlo y enviárselo. Su respuesta la veía ahora:
Olvídame.
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