sábado, 23 de abril de 2011

AMOR DISPLICENTE

“El amor es el repentino deseo de hacer eterno lo pasajero”. Tras leer esa cita de De la Serna apagó la pantalla y se paró a meditar, cuán le había dado y quitado el amor en los últimos meses, que fueron turbulentos, que lo introdujeron en una borrachera sentimental y finalizó en un cataclismo, dejando su corazón solo en la calle de la amargura. Sin embargo, a pesar de las diferentes experiencias vividas, a pesar de estar su corazón ya torturado y su alma deseaba soledad y meditación, él empezaba a removerse incómodo numerosas veces, a ponerse nervioso cuando ese nombre aparecía en la columna del tuenti-chat, cuando avanzaba en el pasillo, se paraba a pensar detenidamente en qué diría, en cómo conseguir que ella se fijara en él, en que ella fuera a la cama feliz con él en su cabeza y su corazón. No obstante, parecía imposible, era ella tan imponente, tan diferencial, su hermoso rostro no hacía más que extasiarlo, su sonrisa, blanca como las margaritas, dulce como los jazmines, ojos límpidos, cabello rebelde… Pero aquello apenas le importaba, a él le fascinaba el caballo salvaje que cabalgaba por los lares de su personalidad, era pues ella admirable, su mirada altiva era la fachada perfecta de un alma incontrolable, por donde fluían sin cesar sentimientos que él observaba con sorpresa, le incitaba a explorarla, a conocerla, a llegar hasta lo más hondo de ella, pero, ¿cómo hacerlo?, aquel era un desafío inabordable, era ella inabordable, infinitamente superior. Todos esos pensamientos se sucedían velozmente, hasta que volvió a encender la pantalla y pulsó Inicio, ahí estaba, aquel maldito estado, aquel estado que no podía comprender, que hacía que odiara al otro hombre. Decía así:
“TE QUIERO”.

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