A la vez que bajaba por mi calle, subía una anciana por la misma, iba arreglada, portaba dignidad, era fácil adivinar que siempre fue guapa, conseguía vencer el duelo con la edad. Empecé a proyectar toda una vida que habría tenido ella, una infancia complicada merced del hambre generalizado en la posguerra, hasta que, no corta ni perezosa, decidiría ella que se marcharía a otra ciudad, a Madrid, la capital, allí se enfrentaría a numerosos obstáculos que se interpondrían en su camino, como el desprecio y la infravaloración por parte de los hombres, la falta de subsistencia económica o la excesiva escalonación de las clases. Más tarde, tras duros años de trabajo e insistencia, se marcharía a Málaga a disfrutar de su pequeño capital económico. Conocería allí al hombre de su vida, haría amistades para suplir a los que dejó atrás, poco a poco con tiento y tesón formaría una gran familia, se afianzaría aquí dejando pasar dulcemente los años y más tarde subiría una calle.
Era esa una historia, quizás parecida quizás no, podría llevar sobre sus hombros cualquier pasado, pues cada una de sus arrugas que tan elegantemente llevaba era un surco de su vida, sus ojos denotaban cansancio pero satisfacción, y se notaba educación, inteligencia y saber estar. Cualquier historia podría ser.
P.D.: Por cierto, se me olvidaba, iba en silla de ruedas, solo tenía una pierna.
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