domingo, 10 de abril de 2011

El fútbol de la vida

Ondeando con orgullo la bandera desde la grada, arrebatado de pasión, expuesto al más exacerbado irracionalismo, gritaba enloquecido el hincha sujetándose como podía a los barrotes, que lo salvaban de una muerte segura. 3 metros más allá coreaba otro seguidor la canción que predominaba en la curva desconsolada repleta de enfervorecidos hinchas.
A pocos metros, separados por una frívola valla, observaba atentamente el juego otro espectador más discreto, que estaba cómodamente sentado sobre su asiento flanqueado por dos desconocidos que le veían cada dos domingos en el mismo sitio.
Un tanto más separado de los otros, se removía incómodo sobre su localidad otro que parecía no estar muy atento al partido, estaba pues discutiendo onerosamente con su socio a través del móvil, ni siquiera cuando pitó el colegiado penalti reaccionó. A su lado se sentaba su hijo, que observaba el partido extasiado y se percataba de las diferentes reacciones alrededor suya.
Son las tres situaciones diametralmente opuestas, el que va al estadio a disfrutar, a corear himnos, a dejar su corazón; el que estudia el juego atentamente, reacciona discretamente y se relaciona lo justo con los demás; el que permanece con el móvil, que no es consciente de que los negocios copan su vida y que sin interés alguno acude al estadio simplemente por su hijo.
Esas tres situaciones son fácilmente aplicables a la vida, está el que llega al mundo para quedarse, el que llega para apartarse silenciosamente y disfrutar a solas o el que no comprende su propia vida, el que no la controla.

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