Toda esperanza reposa en mí.
Es ésta una gran verdad la que encierra esta frase, este servidor ha podido comprobar eso mismo en los últimos días. Somos nosotros los que ejecutamos la acción, somos nosotros los que toman la decisión final, aunque podemos reconocer que los factores externos puedan influir en las opciones que se presenten ante nosotros, defiendo de forma abnegada el proverbio que ejerce de título, pues la esperanza tiene plácido cobijo en nuestro corazón, en él se encuentra cómodo y en él debemos refugiarlo, ha de ser rayano lo irracional, el uso preferente de la razón, además de ventajas, rechaza valores y virtudes tales como la esperanza, pero no podemos caer en el error del desuso de la razón, hemos de practicar el equilibrio. Ese equilibrio incidiría notablemente en la exaltación de este valor que nos empuja decisivamente, la esperanza que guardamos en nosotros es motor de nuestras acciones e incluso cambia cosas futuras que se ha presupuesto que serían de otra forma, convierte las cosas impredecibles y la vida se torna imprevisible.
Debemos pensar, eso siempre, pero jamás renegar del corazón y los sentimientos, ¿es conveniente remitirse a Nietzsche?, sí es conveniente ser valiente, animo a mirar el corazón más y animo a no obsesionarse con aspectos como la matematización de las cosas, la visión científica o la racionalización excesiva, animo a ser humanos.
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