Un día, lejano de los que transcurren ahora, se levantó un hombre con una idea en la cabeza, encontraría la sonrisa más hermosa del universo. Comenzó en su pequeño planeta, andando sin temor pregonaba su extraña y desorbitada idea, numerosas mujeres e incontables hombres sonreían a su paso, por si sucedía, por si aquel extraño hombre se detenía y le elegía. El hombre se marchó decepcionado de su planeta, visitaría otros, sabía que en el universo giraban incontables planetas, tenía también paciencia y vida para visitar todos, para lograr triunfar en su imposible empresa.
Pasaron días, semanas, meses, años, el hombre seguía fracasando, conoció sonrisas que le extasiaban, que le hacían sonreír a él también, que le hiciera dudar, que le hicieron quedarse un tiempo en el lugar, sonrisas de todas clases, sensuales, tristes, alegres, provocadoras, frívolas, emotivas, dubitativas… Tantas sonrisas que llegó a pensar en desistir, eran muchas elogiables, pero todas banales…
Décadas después volvió derrotado a su casa, vio su planeta desolado, estropeado, triste, lleno de celo, él, amargado e impactado se refugió en su casa, abandonándose a la nostalgia y el recuerdo de sus largos viajes, y así paso lentamente el tiempo.
Artrítico y viejo, se dignó a dar un lento paseo por los alrededores, mientras caminaba saludaba a los diferentes vecinos que conformaban su triste planeta, cuando vió una persona de espaldas la cual no terminaba de definir, se acercó a ella y le tocó la espalda, entonces ella se volvió y el hombre se asombró, se extasió, se sintió transportado, acogido en un cálido hogar, se sintió pleno, había logrado triunfar en su vieja empresa, había encontrado la sonrisa más hermosa del universo, se le acababan los calificativos para definirla, sincera, acogedora, reconfortante, cálida, amistosa, feliz… Ninguno terminaba de estar a la altura, era lo más bello que había visto. Con el descaro que se le caracteriza a los más ancianos, el viejo pidió invitarla a un café en su casa, le ofreció incluso piruletas, simplemente quería conocerla.
Así pues entablaron amistad, y pasó poco tiempo cuando la salud del hombre se resintió gravemente, el doctor ya daba su pésame y, hundida, lloraba la hermosa niña, débilmente, preguntó el viejo porqué lloraba, la niña, con miedo, respondió que lloraba porque mañana no podría verle, ni tampoco pasado, ni tampoco el siguiente, no podría verle jamás. Conmovido el hombre respondió en su último estertor que se iba feliz gracias a ellas, que se sintió pleno gracias a ella, que él permanecería en su maravilloso corazón, y le dijo que lo más bello, lo que haría que recibiera la muerte tranquilo, era que se marcharía viendo como último la sonrisa más hermosa del universo.
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